"Otra enseñanza de esta crisis: el desempeño eficiente de la cadena alimentaria". Eduardo Baamonde, presidente de Cajamar
04 de Abril, 2020Si bien todavía es pronto para sacar conclusiones, no cabe duda de que el confinamiento nos permite reflexionar sobre muchas cosas, entre otras cómo hemos llegado hasta aquí y, sobre todo, sobre cómo será el mundo cuando superemos la pandemia y sus consecuencias colaterales. En este sentido, lo primero que se me viene a la cabeza es la vulnerabilidad del mundo desarrollado. Cuando todos pensábamos estar protegidos por un estado del bienestar del que presumíamos y que las epidemias y los desastres sólo podrían ocurrir a miles de kilómetros de distancia en sociedades atrasadas y sin mecanismos de protección, llega la COVID 19 y nos pone en una situación como jamás pudimos llegar a imaginar, ni en la peor de las pesadillas.
No voy a hablar de una situación por todos conocida, pero sí me gustaría reflexionar sobre algunas cosas que, a mi juicio, la crisis actual ha evidenciado como insostenibles. La primera es la globalización tal y como hoy la entendemos. Efectivamente, vivimos en un mundo interconectado e interdependiente. De hecho lo estamos sufriendo, y si bien la globalización posiblemente sea un proceso irreversible, eso no excluye que no se tengan que poner en marcha mecanismos correctores que atenúen muchos de los riesgos que conlleva. Pongo un ejemplo: las autoridades chinas han anunciado que próximamente prohibirán, entre otros productos que tradicionalmente se han consumido en este país, la comercialización de carne de perro, gato y serpientes. Evidentemente, una de las primeras conclusiones de la COVID, repetida hasta la saciedad por el sector agroalimentario, es que no podemos permitir que un país pertenezca a la OMC si no cumple unos requerimientos mínimos en materia sanitaria y, en particular, en seguridad alimentaria.
Otra de las enseñanzas de esta crisis es que en situaciones de emergencia se pone de manifiesto la necesidad de que los países cuenten con un tejido productivo que permita abastecerse de bienes y servicios esenciales como la alimentación, los medicamentos y los productos sanitarios. En este sentido, la Política Agrícola Común, con todas sus imperfecciones, nos ha permitido contar con capacidad de abastecimiento para dar respuesta a una población confinada y temerosa de encontrarse sin alimentos. Pero no sólo es importante mantener un tejido productivo, sino una cadena agroalimentaria eficiente y bien engrasada para poder mantenerse en funcionamiento en situaciones tan complicadas y tensionadas como las actuales. Tenemos que reconocer y alabar la eficiencia y profesionalidad de toda la cadena de suministro, desde los productores y comercializadores de inputs, pasando por los agricultores, las industrias, el transporte y la distribución minorista. De hecho, si algo hemos aprendido también estas últimas semanas es a valorar las cosas realmente importantes y que hasta ahora dábamos por sentado, y por tanto no valorábamos.
Llegados a este punto, me pregunto qué hubiera ocurrido si en la UE contásemos con una Política Sanitaria Común. Se me ocurre que al menos no habríamos necesitado tener que importar de forma improvisada mascarillas, respiradores, viseras, batas impermeables, geles hidroalcohólicos y tantas y tantas cosas que han demostrado nuestra absoluta dependencia de productos tan básicos para garantizar la salud de los ciudadanos y del personal sanitario. Por tanto, por muy paradójico que parezca, ante una economía y sociedad globalizada, debemos contar con políticas que permitan atender situaciones de bloqueo internacional que han puesto a nuestros gobiernos de rodillas y lo que es peor, a toda una sociedad en peligro.
Por último, si la UE no está la altura de la solidaridad que requiere esta situación extrema que atraviesan y atravesarán muchos de sus Estados miembros, entre ellos el nuestro, podemos decir que cavará su propia tumba. Hoy, más que nunca, la UE debe estar a la altura de las necesidades de una sociedad que demanda soluciones acordes a la envergadura de los problemas a los que se está enfrentando. Todo parece indicar que el Banco Central Europeo ha evitado cometer los errores del pasado y ha reaccionado con rapidez, aportando liquidez y protegiendo los bonos soberanos, pero no es menos cierto que se necesitarán fondos y políticas de estímulo para reactivar la economía, y que no puede abandonarse a los Estados miembros en la búsqueda de soluciones a partir de sus propios recursos e iniciativas. Principios como el de la solidaridad constituyen los pilares sobre los que se sustenta la construcción europea y su ausencia no solo la debilitaría, sino que la aniquilaría. Pero la coherencia también es otro de los principios fundamentales que debemos aplicar en nuestro país y no podemos pedir solidaridad en Europa si no estamos dispuestos a aplicarla en nuestra propia casa.
Finalizo lanzando mi más sincero agradecimiento a la cadena agroalimentaria y a tantas y tantas empresas y personas anónimas que han aportado lo mejor de sí mismas, de forma absolutamente desinteresada, encontrando soluciones donde solo había desesperación, poniendo de manifiesto que vivimos en un país extraordinario, donde una vez más la sociedad ha ido por delante.
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